Made in Spain: la etiqueta que deberíamos buscar

TEXTO PABLO ANEIROS

ILUSTRACIÓN CANDELA CUETO

Transmitidas de generación en generación, el abanico de técnicas artesanales para la elaboración de productos han dotado a España de un gran patrimonio cultural y social. Además, el cuidado en el diseño, la elección de los materiales, los procesos de producción y el detalle dan como resultado un producto de gran calidad y valor.
Sin embargo, la forma de consumir en los últimos años se ha convertido en una dinámica de compra rápida, impulsiva y, en muchas ocasiones, de compras que van a tener un solo uso. Esto ha llevado al público general a dos situaciones: por un lado, a consumir excesivamente no solo productos, sino también bienes y servicios, así como materiales y recursos; y, por otro lado, a acostumbrarse a precios extremadamente bajos contra los que es prácticamente imposible competir. Pensados para que tengan una vida útil muy corta, este tipo de artículos cumplen su función rebajando la calidad, el diseño y la atención al detalle.

En el año 2014, Ana Carrasco, de Malababa, contaba a la periodista Marita Alonso que el desconocimiento sobre los procesos de producción, que no están explicados ni son mostrados, podría ser una de las principales razones por las que el consumidor no apuesta por productos de fabricación nacional. A diferencia de grandes marcas internacionales que sí confían y fabrican sus productos artesanales y de lujo en España, como es el caso de Ubrique, donde se fabrican artículos de marroquinería para las mejores marcas de lujo del mundo. Por otro lado, Alonso afirma que otra de las razones por las que la etiqueta Made in Spain no ha calado en nuestro país es porque “nos hemos centrado en producir para otros, pero no hemos invertido lo suficiente en talento creativo”.

Ahora, una década después, el contexto ha cambiado. Si hace 10 años ya se hablaba de un modelo de consumo acelerado, en la actualidad se ha multiplicado y cada día va en aumento. Pero no todo es negativo, existe una tendencia hacía un consumo más responsable y consciente donde las marcas apuestan por materiales de calidad, por una producción de proximidad, por colaboraciones entre proyectos locales o por enseñar sus procesos de producción. Quiero pensar que todas estas acciones, además de fomentar una venta responsable, sirven para concienciar a la sociedad del trabajo que conlleva elaborar cada artículo, así como del impacto social, cultural y medioambiental que tiene el sobreconsumo.

Entre toda esta vorágine de consumismo, el auge de actividades relacionadas con la artesanía y el trabajo manual, como talleres de cerámica, ‘tufting’ o vidrio soplado, hace que se ralentice el ritmo acelerado al que venimos acostumbrándonos. Esta tendencia puede llevar a pensar que esto se relaciona también con un consumo de productos más locales, de marcas y proyectos Made in Spain; sin embargo, la realidad es que el consumidor demanda experiencias que invitan a relajarse, disfrutar y desconectar a través del trabajo manual y la artesanía, pero no consume el producto que estos proyectos pueden desarrollar paralelamente a los talleres que ofrecen.

Junto al posible desconocimiento de la calidad de los productos o el lugar de proximidad donde son fabricados, la razón más importante que puede llevar a no consumir productos hechos en España es que el costo de producción es más elevado y, por consecuencia, el precio final también. Competir contra los precios de los grandes gigantes de la industria, que ofrecen un producto que solventa la misma necesidad pero a un menor precio, hace que el consumidor se decante por la opción más barata. Además, la tendencia a pensar que todo lo fabricado en otros es de mejor calidad, como el Made in Italy o el Made in Germany, tampoco ayuda a fomentar el consumo nacional. Por lo tanto, es trabajo nuestro, como sociedad, realizar un ejercicio de concienciación de cómo consumimos y cómo queremos consumir.

El talento, la profesionalidad y la maestría de artesanos, diseñadores y creativos nacionales es indiscutible, por lo que debemos de pararnos a pensar el impacto que queremos tener en nuestra sociedad. Consumir menos y apostar por productos de cercanía, con trazabilidad y que tienen un impacto directo en nuestra región. Frenar la satisfacción inmediata a la que estamos acostumbrados para poder comprar productos que requieren, quizá, un esfuerzo de ahorro para poder adquirirlos, pero que a corto, medio y largo plazo favorecen la creación de comunidad, de industria y de apoyo tanto a la producción local como nacional.